1/04/2019

Ultimas palabras

Ultimas palabras

Susana Nava


Las gotas de lluvia pegan con fuerza en la ventana, una taza de café caliente reposa en la mesita de estudio, un álbum abierto y los recuerdos recorriendo la habitación, como película vieja, de aquellas animaciones para niños que todos solíamos ver mientras nos vestíamos de vaquero, imaginando que las armas de plástico a nuestros costados liberaban a todo el lejano oeste. Las luces tenues, el frío y las ganas de llorar embisten sin piedad. Miles de asuntos abiertos, tantos remordimientos y tantos ¿Y si hubiera? Se pierden cerca de los libros, de esas estanterías llenas de historias, mismas que ya se encuentran borrosas en la memoria.
El tiempo pasa mientras me encuentro releyendo las cartas de los nietos que no paran de felicitarme por cumplir un año más, uno de ellos me pregunta cuántos cumplo ya, no puedo responder; no es que no quiera es tan solo que no lo recuerdo, hace tanto que dejé de contar, hace tanto que dejó de ser relevante. De cualquier manera, nadie viene, solo soy yo, como siempre; mirando por la ventana como muchas otras veces antes.
Y tratando de hacer memoria pareciera que fueron ayer esas tardes paseando con amigos; las sonrisas por cualquier tontería, los paseos por el parque o las retas de fútbol a las doce del día cuando la calle comenzaba a vaciarse, las mañanas mirando al cielo recostado en el pasto, imaginando la vida de mayor, que todo sería perfecto. Y la verdad es que no fue así, crecí sin apenas darme cuenta, escogiendo sin saberlo los caminos equivocados que me desviaron miles de kilómetros de mi destino, sin poder reclamar nada.
Y te das cuenta que los amores van y vienen, prestas más atención a esas cosas que a las que a las que en verdad importan, entiendes que nada es eterno y poco a poco vas despertando de ese sueño que a tu parecer era perfecto. Te das cuenta de lo que hay a tu alrededor, descubres el dolor, pero aún con eso descubres la alegría más intensa al saber quién se quedará contigo en los momentos más difíciles, aquellos que valen la pena, que no te darán la espalda.
Todo eso es lo que meditas de camino a casa; montado en el camión que todos los días debes tomar, mirando por la ventana, observando tantas cosas, tantas que hacen crecer el deseo de recorrerlas todas, imaginando ahora una vida a futuro distinta a la de antes, siendo un poco más honesto, encontrando las cosas que te gustan entre el mar que es la sociedad. Y entre tanta gente encuentras lo que crees que es el amor, lo das todo, pero caes aún más de lo que nunca pensaste caer, intentas seguir adelante sin importar nada, pero vuelves a resbalar y caes una y otra vez.
Los golpes te hacen fuerte, encuentras tus pensamientos y los ordenas de manera lenta, se forjan tus creencias y esos inamovibles rasgos que te caracterizarán de aquí a que llegue ese momento de partir. Le temes a la muerte, pero descubres el método para no pensar en ello; el recurso de la juventud de siempre tratar de comerte el mundo, pero sea cual sea, la vida a veces no es como la esperas, en mi caso fue así, los papeles se invirtieron y el mundo me terminó comiendo; el qué dirán, el dinero, conseguir un trabajo. Quizá en ese momento me cegué, le di más importancia y de ese error poco pude hacer para escapar.
Y es así como se pasa el tiempo, parece que todo va bien, sonríes, pero ya no sabes si lo finges o no. Los años pasan y tú sigues ahí, quieto como animal de zoológico mientras miras la vida pasar. Amigos antiguos preguntan cómo te ha ido cuando saben perfectamente que “bien” siempre va a ser la respuesta. Terminas cansándote de todo y todos, ya no ves con los mismos ojos de antes, estás enojado, cansado, confundido de un día a otro, no sabes cómo es que terminaste así, y miras atrás para preguntar: ¿Y mis planes? ¿Mis metas? ¿Y la vida que quería? Se quedó atrás plasmada en una pequeña hoja de papel de esa libreta que se perdió entre todo eso que creíste más importante.
El frío pega con fuerza, ameniza la noche que tiene cara de ser larga. Pequeñas lágrimas caen, pero eso es solo el principio, se ha abierto una herida que rogabas que cerrara y así comienza, uno tras otro cada error, las mentiras, la debilidad, el miedo. Y es que el don del mitómano no funciona en este caso, es una cadena que atrapa por más que tratas de repetirte que es la verdad absoluta.
Así pasan los años, uno tras otro, como lozas pesadas en la espalda que te impiden seguir erguido, ya ha pasado tiempo y al final de todo creo que he terminado por rendirme ¿En dónde estaría yo si lo hubiera seguido? El sueño que tuve algún día de ser feliz, ¿Dónde estaría yo si no hubiera sido tan cobarde? Es más que lógico que todo caerá por su propio peso si no eres lo suficientemente valiente. Y me arrepiento, yo no lo hice. Fijé mis preocupaciones fuera del camino, perdí el tiempo intentando agradar a otros, miré la hora, quise correr, pero ya era muy tarde.
Afuera nada ha cambiado, la lluvia aún no se detiene. Los recuerdos siguen revoloteando de un lado a otro, quizá a ellos también les moleste quedarse por tanto tiempo. Y entre la oscuridad de aquella habitación se encuentra el remordimiento. Ya las canas reflejan el cansancio, aunque comparado con la inmensidad de todo lo que me rodea me hace sentir tan pequeño, todo se ha desmoronado y ahora camino tranquilo entre las ruinas.
Los hijos lejos y aún más los nietos, dos ex esposas junto con esta enorme casa que representa mi trofeo a la estupidez. Me recuesto despacio después de dar una última hojeada al álbum de fotos, al final de todo el mundo no gira a mi alrededor y sé que el curso de todo seguirá tranquilo como un río cualquiera, al que casi nadie presta atención.
La taza de café quedó inmóvil en la mesita de estudio, comienza a amanecer y la lluvia de a poco se detiene, el tenue color azul comienza a iluminar la habitación, una leve brisa logra colarse como llevándose todo lo malo, como si la felicidad nuevamente se pudiera respirar en esa enorme casa. Cómo cuando se es libre. Después de tanto.
Y suena el despertador, pero nadie lo apaga, tocan la puerta, pero nadie responde. Tras ella se encuentran sus pequeños nietos acompañados por su padre quien, inmerso en el trabajo, los ignora cada vez más. Ellos están ansiosos de que la puerta se abra, con un pequeño pastel en mano sonríen al saber que harán sentir feliz a su abuelo, quizá por última vez. Quizá no. A estas alturas, donde el tiempo es tan corto, tal vez ya no alcance ni para eso.

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